domingo, 5 de octubre de 2014

Universidad Científica del Sur

Ahora que ya estoy en tierra inca es momento de hacer una pequeña confesión: elegí estudiar en la Universidad Científica del Sur (UCSUR) sólo porque estaba a un lado de la playa. ¡Error! La playa de esa zona está desierta, hay muchas rocas y es mar abierto, imposible poder nadar o siquiera hacer un picnic. ¡Ohhh sorpresa! Pensé que haría calor todo el año al ser una zona costera. ¡Error! Llegué en agosto y hace mucho frío, sólo traje una chompa (chamarra) y la he usado prácticamente todos los días. ¡No, no es gracioso! 

Algo que definitivamente disfruto es que nunca llueve en Lima, ya sé, algunas personas (extranjeras también) dicen que se ve sucio porque se acumula el polvo en los techos de las casas o porque las calles tienen mucha tierra. ¡Pero a mi me encanta! Afortunadamente, nunca nos ha faltado el agua en Acapella (nuestra casa rentada), se encuentra en los límites de Miraflores y Surquillo, pero me imagino que al ser un lugar desértico debe haber problemas con el suministro de agua. 

Esto nos trae a colación un tema muy importante: las diferencias sociales en Lima son muy marcadas, al igual que en el Distrito Federal. La UNAM es una universidad pública y debo de admitir que sí sentí ciertas diferencias al asistir a una universidad privada como la UCSUR, yo soy hija del sistema público de educación y definitivamente no me arrepiento. Lo que más disfruto de esta Universidad son las instalaciones, la escuela está en un lugar fuera de la ciudad, con espacios grandes y verdes. Ahora es momento de una gran anécdota.

Una ocasión se me ocurrió tomar una ruta distinta para llegar a la Universidad, estaba en la avenida Caminos del Inca y pregunté a los despachadores sí había un bus (camión) que me llevara a Villa el Salvador, a la UCSUR, el chico que cobraba los pasajes me miró y no muy convencido me dijo que si. Yo asumí que muy probablemente no me dejaría en frente de la escuela como el Metropolitano, pero si a una cuadras de allí, entonces abordé el bus y por aproximadamente 45 minutos disfruté de un paisaje muy distinto pero igualmente bonito. Esa definitivamente era otra parte de Lima, nunca antes explorada por mí pero si muy familiar, me pareció estar en el Estado de México. 

Desde el Metropolitano (el cual corre por la carretera Panamericana) sí miras a la derecha tienes una hermosa vista al mar, sí miras a la izquierda puedes ver cerros color café claro, con muchas casas sobre ellos, una casa tras de otra, en otras partes sólo está el cerro de arena con pequeñas construcciones en las faldas; en ese momento pensaba en lo que pasaría sí lloviera muy fuerte y el cerro se desmoronara sobre las humildes casas. Este paisaje no es nada nuevo para mí, para ser sincera me sentí en casa. Después de dejar a un lado mis pensamientos me concentré nuevamente en el camino y me dí cuenta que ya llevaba más tiempo de lo debido abordo del bus, así que le pregunté al despachador cuándo nos íbamos a acercar a la costa, en específico cuándo íbamos a pasar por la UCSUR, él me miró desconcertado y comentó "ya pasamos la universidad hace tiempo", entonces comprendí que estaba pérdida y era momento de buscar una forma de acercarme a la Panamericana, así que simplemente me bajé.

Una vez abajo, pregunté a un grupo de señores cómo podía llegar a la UCSUR, ellos no tenían idea de dónde estaba esa escuela, así que les pregunté cómo podía acercarme a la costa o cómo podía llegar a los Pantanos de Villa (una hermosa reserva que está justo al lado de la universidad), me señalaron un bus y decidí subirme, esta vez le pregunté al conductor sí pasaba por alguna estación del Metropolitano, pero me dijo que no, que sólo iba de frente (todo derecho para los mexicanos) y no había forma de que algún bus me dejara por ese rumbo, sólo le pedí que me dejara lo más cerca posible de los Pantanos de Villa y terminé bajándome prácticamente en medio de la nada.

Ya para ese punto estaba asustada, los peruanos no suelen ser muy carismáticos y fruncen mucho el ceño, un panorama nada alentador en mi situación. Me acerque a una señora que iba descendiendo de un mototaxi y le pregunté -con evidente desesperación- como podía ir a la Panamericana, en específico a la estación Villa el Salvador del Metropolitano, ella me dijo que no había trasporte hacía allá, miré a mi alrededor y sólo veía unas cuantas casas, arena y más arena, misma que podía sentir en mis ojos y boca, la señora notó mi desesperación y le dijo al conductor del mototaxi que me acercará a la carretera, pero él por supuesto frunció el ceño y dijo que esa no era su ruta. La señora insistió y afortunadamente el conductor asintió con la cabeza, escuché el motor por unos diez minutos hasta que la persona me dijo que ese era el final de mi viaje, pues ahora tendría que caminar todo de frente hasta llegar al Metropolitano, yo simplemente le pagué, ni siquiera recuerdo cuánto, y le agradecí con una sonrisa probablemente muy fingida (dato curioso yo siempre me la paso sonriendo).

Yo sólo podía sentir la arena lastimando mis ojos y un hueco enorme en el estómago, ya tenía mucha hambre; el paisaje era exactamente el mismo, sólo se añadió una fábrica enorme. ¡Claro que tenía miedo! Era el escenario perfecto para un secuestro, además hay que tomar en cuenta que vengo de un país en donde en este momento la guerra contra el narcotráfico coloca en los titulares de los periódicos a al menos cinco muertos diarios. Caminé lo más rápido posible, la verdad no recuerdo por cuánto tiempo, cuando al fin pude ver el asfalto y el puente amarillo que conectaba el Metropolitano con la UCSUR sentí una felicidad enorme, lo único que vino a mi mente fue el sánguche que iba a comprar apenas llegara a la universidad. Evidentemente perdí mi clase, pero en ese momento no me importó, lo único que sabía es que jamás volvería a tomar una "ruta alternativa", por lo menos no sola, me gustó la parte de conocer una de las tantas realidades que se viven en Lima, pero no lo volví a hacer.

La reflexión que me deja esta aventura tiene que ver con la desigualdad que se vive día a día, tanto en Perú como en México, y no sólo en aquella ocasión que me perdí y pude ver ese otro lado más de cerca, ésta, desafortunadamente es una situación arraigada a nuestra cultura. El camino para combatirla es largo, pero definitivamente es algo en lo que quiero participar; yo sabía que saliendo de ahí iba a comprar algo de comer, porque tenía el dinero para hacerlo, pero hay personas que no tienen las mismas posibilidades y a ellas son a las que debemos ayudar.







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